lunes, 29 de julio de 2013

CREDIBILIDAD INSTITUCIONAL EN ESPAÑA

Al parecer, el último Indice de Percepción de la Corrupción presentado por Transparencia Internacional sitúa a España en el lugar nº 13 de Europa y en el nº 30 del mundo, empatada con Botswana (entrevista a D. Manuel Villoria, del Consejo de Dirección de dicho Organismo).

Entresacando muy significativos comentarios de dicha entrevista, comprobé mi significativa coincidencia en las conclusiones recogidas en la misma. 

Como  puede fácilmente colegir quien vea mi reiterativa y recalcitrante insistencia monotemática, ésta, mi pareja interpretación general sobre el actual panorama político español, viene a consolidar aún más, si cabe, mis ya casi manidos y  muy semejantes criterios.

Me refiero al descrédito que nuestra ciudadanía muestra
hacia las más destacadas Instituciones del Estado, pero también en relación a las organizaciones políticas, en especial a las correspondientes a los dos mayoritarios bloques, alternativos habituales en la gobernanza de nuestro país desde hace ya algunos lustros.

Que los habituales partidos políticos españoles están anquilosados en el atrincheramiento de sus cúpulas, ya es sabido. Que cada líder principal lo controle prácticamente todo, también. Pero lo más peligroso y rayano en lo antidemocrático sería la posiblidad de que juntos, alcanzaran la capacidad legal de transformar articulados constitucionales, o dominar, unidos, determinados y muy determinantes órganos de control, pongamos, por caso, el Tribunal de Cuentas, Defensor del Pueblo y hasta el Poder Judicial.

La desconfianza popular alcanza a cuestionar, muy seriamente, a instituciones de imprescindible y hasta ahora, nada demostrada equidad, como el ya citado Poder Judicial, el propio Parlamento Español, y desde luego, el Ejecutivo electo.

Me permito recoger algunos sustanciosos párrafos de la entrevista arriba citada: "sobre todo, en España se tiene el criterio de que el político es elegido para mandar, no para servir". Esto es tan cierto y  tan asumido que hasta el propio representante político se lo llega a creer. 
Los típicos y domésticos comentarios de dichos personajes lo evidencian: "¿dónde está mi coche?, ¿mi secretaria?, ¿cuántos funcionarios tengo?" (literalmente textual). 

De las aberrantes situaciones y despersonalización política individual a que se puede llegar en la interna praxis de determinados partidos "supuestamente" democráticos ya he hablado hasta la saciedad, pero aún de mayor calado y trascendencia, si esto fuera posible, que lo es, corresponde a la llamada disciplina de voto en los foros de representación política (municipios, comunidades autonómicas, Cámara Alta y Baja). Este obligado sometimiento llega a anular completamente cualquier posible disquisición personal hacia determinada cuestión partidista oficial, es decir, elude, impelido con muchísima frecuencia, representar de forma efectiva a sus votantes para ponerse, incondicional y permanentemente, al servicio de su señor: el partido (que es quien le pone, o le quita).

Este somero análisis descrito, amén de por otras muchas de peso que ya he referido en distintas oportunidades, viene mi insistencia en la conveniencia de la aparición de partidos políticos nuevos (para mi particular interés, de izquierdas), con "limpieza de sangre", con renovados ímpetus de lucha, con mínima, pero ya demostrada transparencia, con horizontalidad pragmática, autofinanciados, progresistas,  pre y ocupados del medio ambiente y con una declaración programática creíble. 

Precisamente por ello y mientras no me defrauden, estoy en EQUO.









  
 

































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